martes, 26 de agosto de 2008

TREINTA Y SEIS

Pierina no podía mirar a Horus más que con ojos rapaces, él era su libertador y su opresor, su enemigo y su presa, la hacia sentir viva y muerta en su propio cuerpo. Le temía, pero él tenía razón en lo que le había dicho: había realidades que sólo podían ser verdad en el plano de los sueños. Entonces, después de lograr sacarle una promesa con respecto a Galo, le tendió su mano para sellar su pacto.
Horus desapareció como había llegado, sin que Pierina lo notara, y ella salió de su cueva para ver como caía la noche. Sintió el llamado de su lado salvaje, los brazos se le trasformaron en alas, sus piernas en patas con garras y ya como águila salió a vigilar desde los cielos.

En el castillo de Prisia , los recién llegados habían tenido un día sin respiros. Durante la cena, Ámbar comió con prisa para regresar con Merlinda y seguir aprendiendo más de ella y de la Orden de Ábula; exhausta, Victoria pidió disculpas por retirarse antes de terminar su plato, sólo Octavio tuvo ánimo de repetir y de quedarse conversando con el Rey, las hadas y los sirvientes. Él también quería conocer más sobre ese mundo nuevo, pero a diferencia de Ámbar,que conciente de su misión,debía adquirir conocimientos para vencer a Horus, Octavio quería saber para conocer más sobre la mujer a la que le había entregado su corazón.
En su cuarto, Victoria experimentaba el abatimiento que la noche causaba en las herederas del hechizo de la bruja del pantano, se sintió ahogada y salió al balcón para tomar aire. Vio una sombra que corría por el patio del castillo, desde la entrada principal hasta una torre que se elevaba frente a la construcción en el ala derecha, después una luz se encendió en la parte superior dejando iluminado la cima del castillo y sus cercanías. Victoria, sin avisar a nadie, bajó las escaleras con su espada en mano y salió al jardín corriendo hacia la torre. Se quedó a un costado de la puerta esperando ver salir a quien había entrado. Cuando pasó frente a ella, le quitó con su espada la capucha de la capa que la cubría y descubrió con asombro que se trataba de Ada.
-¿Qué haces viniendo a hurtadillas como un extraño hasta esta torre?
-No venía a hurtadillas. Es la noche la que me apresura- le respondió Ada con serenidad en su voz.
-No recordaba esta construcción dentro del castillo.
-No hace mucho que está. Yo misma la mandé a hacer después que nuestro ejército se perdió.
-Creía que todos los hombres habían muerto.
-Eso es lo que Pierina y Horus han querido que creamos, pero yo tengo la esperanza de que estén vivos. Creo que están atrapados en un terreno que les es desconocido y que algún día encontrarán el camino de regreso. Por eso he mandado encender esta luz cada noche para que ella los guíe.
-Oncle me contó del capitán. Lo siento.
-Yo siento más haber sido inmadura y haber creído que podía sola contra cualquier ejército. Yo fui la que lleve a nuestros hombres a la desgracia. Pero, querida hermana, vos más que nadie debe comprenderme, tu amas a Octavio y debes saber lo que le pasa, debes sentir aquí- y le señaló su corazón- cuando él está bien o mal.- Victoria asintió con la cabeza- Y es mi corazón el que me dice que David está vivo. Es su sangre la que al correr y pronunciar mi nombre la que me llama, la que todos los días me recuerda porqué debo vivir y seguir buscándolo.
Victoria guardo su espada y le tomó ambas manos a su hermana. La tibieza de su piel le recordó la de su propia madre. Pronto, esa tibieza fue despareciendo y sintió algo que se le clavaba en sus palmas. Miró las manos y asombrada buscó los ojos de Ada, ella le dijo: “Es la noche la que me apresura, la que toma prisionera”. Sus ropas quedaron en el suelo, y un gruñido felino escapó de su boca. Ada como puma se dirigió a la puerta del castillo, los soldados le abrieron y dejaron que se alejara hacia las colinas a recorrer los bosques.

Octavio había apagado todas las luces de su cuarto y se había metido en la cama cuando oyó la puerta, un movimiento de sábanas y los brazos de Victoria envolviéndolo. Ella había sentido el llamado de su corazón que había pronunciado su nombre.
-Octavio- le dijo con la suavidad más dulce que sólo hace posible el amor- gracias por salvarme y por venir conmigo.
El se dio vuelta y buscó el brillo de sus ojos.
-Tu me salvas todos los días de mi propia cotidianidad y yo nunca te lo agradezco.
Un beso los hizo uno, y sus cuerpos sólo siguieron el camino de sus bocas.
Victoria durmió segura abrazada por el hombre que la había hecho princesa aún antes de saber que lo era. Pero los gruñidos que rompían el silencio de la noche no le podían sacar de la cabeza la duda de por qué ella no se transformaba también en animal como su hermana, como lo marcaba el hecchizo que habia caído sobre su familia.

martes, 19 de agosto de 2008

TREINTA Y CINCO

Cerca del pantano, donde la tierra comenzaba a perder su firmeza y los rayos del sol no llegaban, en el medio del lugar en el que el olor hediondo de los cadáveres que las arenas movedizas guardaban se mezclaba con el de la menta que florece alrededor de los hongos gigantes, justo en el corazón de uno de ellos, se resguardaba la casa de Horus.
El hechicero, circundado por velas negras, se hallaba parado frente a una pila. Había vaciado en ella el agua del río más largo de Catar, que nacía en las cimas heladas de las montañas Nevares, recorría todos los pueblos y moría en el Mar Oscuro. El río había visto y oído todo: los cánticos de alegría, y los gritos de batalla, las lágrimas de un desengaño y los de una pérdida. A sus orillas se habían pergeñado traiciones, estrategias de lucha como así también soñado con nuevas vidas. Horus buscaba en sus aguas el saber, el pasado y el futuro, como a un oráculo lo consultaba y el río le hablaba, desconociendo la maldad de quien le preguntaba.
El río le dejó presenciar la imagen del capitán Barbicus junto a sus hombres, quien a su orilla, los había convocado para hablarles de Pierina y de Horus. Quería convencerlos de serle fiel a la Reina frente al hechicero, y de que en el caso que haya que enfrentarse a él que estuvieran dispuestos a pelear por Pierina. Algunos levantaron sus armas en señal de estar de acuerdo, otros manifestaron su temor al hechicero. “Horus no conoce la piedad, ni la lealtad”, dijo un oficial. “Los hechiceros de la Orden de Ábula eran piadosos aún con aquellos que los ofendían o agredían, pero Horus tiene la mirada de la muerte, no hay nada en él de bueno o rescatable, sólo busca poder, y si nos oponemos a él no sólo moriremos sino nuestras familias pueden quedar malditas para siempre”.
Horus disfrutó del temor que infería en los hombres, sabía que un hombre temeroso podía llegar a ser su aliado antes que su enemigo. El río también le mostró la imagen de una hechicera cubierta con una capa dorada, en sus manos portaba el anillo con un trébol, el símbolo de la Orden del Sol, pero mientras se resfrescaba, había sacado de entre sus ropas una cadena con un dragón verde, imagen que sólo pueden portar las hechicera del consejo de Ábula. Horus le pidió al río que le mostrará mejor el rostro de la mujer, pero sólo pudo verlo borroso. “Necesito saber quién es la traidora, necesito saber más”. Entonces el río le dejó ver la tierra de los dos soles, en las que nada florece, y las aguas están vedades. “El consejo debe de esconderse en esas tierras, mi guerra deberá llegar hasta ellas”. El hechicero, sediento de conocimientos y aún no conforme con lo que el río le había revelado, sumergió sus manos en el agua y empezó a agitarlas para atrapar más y más imágenes, pero el agua se llenó de tierra y su pureza se fue desvaneciendo. La tierra chupó el agua y pronto Horus se vio con las manos sucias, sin nada más que ver ni saber.


En su cueva, en la montaña de Piedra Negra, Pierina había saciado su hambre animal con el soldado espía de Horus, y había caído en un profundo sueño.
Sentió el viento golpeándole el rostro, el movimiento de sus cabellos cayéndole por la espalda y los hombros a medida que galopaba en uno de sus caballos favoritos. Miraba sus manos que tomaban las riendas, y eran pequeñas y frágiles, ya no esas manos desgarbadas y con uñas largas que se le habían formado desde que se convertía en águila. Frente a ella divisaba el castillo de Prisia y delante de su puerta estaba Galo. Cuando se estaba acercando, él le hizo un ademán a los soldados que custodiaban la entrada para que se retiraran, ella estaba a punto de manotear su espada,temía un ataque, pero no la llevaba. Pasó frente a Galo y este la tiró del caballo. Pierina cayó mal y él la tomó entre sus brazos y la besó. El calor y la humedad de sus labios la llenaron de felicidad. “Eché a los soldados, porque no es conveniente que vean a su Rey besando como un loco a su Reina”. Galo palmeó al caballo en uno de sus muslos y este entró a los terrenos del castillo. Galo ayudó a Pierina a que pisara bien, y de la mano caminaron hacia un bosque en el medio del cual podía oírse el río.
Se pararon en unas rocas. Galo le señaló a Victoria y a Ada jugando y bañándose en una pequeña cascada. “Mira mi amor cómo se divierten nuestras hijas”. Pierina aún en sueños se tocó su vientre y respiró con alivio. “Nuestras hijas”, le dijo a Galo para autoconvencerse de esa verdad. Él la trajo hacia sí y le beso suavemente el cuello. “Pierina te amo”, le susurró. Ella sonreía. “Soy feliz porque te elegí, te elegí a vos en lugar de Napea y fue la mejor decisión que tomé en mi vida”. Pierina podía verse en sus ojos y sabía que no le mentía. Sintió la necesidad profunda de amarlo. Lo besó en la boca y salió corriendo hacia los árboles, sabía que él la seguiría, y antes de que pudiera alcanzarla, dejó caer sus ropas en el suelo. Galo contempló su desnudez y suspiró “hermosa”. Con las puntas de sus dedos comenzó a recorrer su espalda, y de repente la pellizcó con fuerza. Pierina se sacudió y abrió los ojos. No estaba en el bosque, estaba en su guarida y Horus estaba a su lado. Era tan grande la tristeza que sentía que ni siquiera pudo reprocharle algo al hechicero.
-Sonreías- le dijo él con sarcasmo- ¡Qué extraño!
-Soñaba.
-Pues yo te haré soñar despierta con todo lo que voy a ofrecerte… Necesitamos hablar y olvidar nuestras diferencias.

sábado, 9 de agosto de 2008

Esta semana anduve con algunos dolorcitos (de cervical, de muela)y hasta me empezó a titilar una venita de abajo del ojo izquierdo.
No estuve mucho en la pc, pero la próxima semana vuelvo con todo.
Besos

viernes, 1 de agosto de 2008

1 DE AGOSTO DE 2007

Ese día,con mucho entusiasmo, expectativa, y un poco de miedo, escribí las primeras líneas de un post para este blog.
Me emociona ir al archivo y ver qué poquitos comentarios tenía en un comienzo y como fueron creciendo. Y con esas visitas, se fue armando una red de amistades. En este año pasamos muchas cosas: proyectos, rupturas, accidentes, nacimientos, noches de calor, la soledad, etc.
Hoy sólo puedo decir:
Gracias a Ro que me animó a animarme a escribir.
Gracias a mi gran amor, Alfred, por acompañarme en cada una de mis locuras.
Y gracias, mil gracias a todos mis lectores-amigos que le dan vida a este sitio.
Los tengo en mi corazón.