miércoles, 13 de mayo de 2009

¡ENSEGUIDA VUELVO!

Me cuesta bajar la persiana de este espacio, pero no sé de donde sacar tiempo para escribir.
Por eso, voy a seguir unos días más ausente, pero prometo regresar.

viernes, 3 de abril de 2009

CAPITULO 6

-¡Está vivo!- exclamó la no vidente. En su rostro se reflejaba sorpresa y Ámbar creyó ver un destello en sus ojos blancos cuando éstos se posaron en ella. Notó un sesgo de admiración, la misma admiración que un aprendiz puede tener por su maestro.
-Ahora sé que es cierto todo lo que he oído de ti…
-No entiendo.- expresó la hechicera.
La ciega le mostró el cuchillo que había sacado del pecho a Octavio, buscó a su alrededor y atrapó de detrás de una maceta una pequeña lauchita. Apenas apoyó la punta del arma en la piel del animal, éste comenzó a retorcerse y después de un segundo dejó de respirar.
-La punta de este cuchillo ha sido cubierto con un veneno de víbora de los pantanos de Catar y quién lo ha puesto en él se mueve entre los seres de la magia oscura, y tiene el poder suficiente de hacer su voluntad a través de los hombres que vagan sin destino.
-Y eso que tiene que ver conmigo- le reprochó Ámbar.
-Nadie que es capaz de arrebatarle a la muerte a sus poseídos para darles otra vez la vida puede ser derrotado por alguien que sólo trabaja con la magia lumínica. Los de la Orden de Ábula no pueden, es como luchar contra su propia esencia. Nadie de esta Orden ha podido hasta ahora.- El silencio de Ámbar la hizo proseguir.- ¿No entiendes aún?, Octavio hubiera muerto con sólo tocarlo con el cuchillo, el atacante no necesitaba enterrárselo, y sin embargo, aún haciéndolo no le ha podido provocar ningún daño. ¿Por qué? Porque lleva tu amuleto, porque tiene tu sangre en la suya. Tu magia es la más fuerte de la Orden de Ábula, puede manejar la luz como la oscuridad.
-Sabía que te estabas haciendo cada vez más poderosa- manifestó Octavio mientras se levantaba del suelo y tocaba su amuleto.
-Parece que también conserva su buen humor.- le dijo la ciega a Octavio.- Entonces ya deberíamos irnos.
-¿Irnos?, no nos has dicho que puedo derrotar a las fuerzas oscuras. Todavía tenemos cosas que hacer por aquí.
-Ámbar, he dicho que con sólo tocarlo a Octavio con el cuchillo este podría caer muerto, y sin embargo el hombre se lo enterró. ¿Por qué crees que lo hizo?, Fue para probarte… esto no ha sido más que una prueba. El ser sin destino es sólo una marioneta, su amo es el mago, y no debe de estar muy lejos. Seguramente ya sabe de lo que puedes hacer y vendrá con otros para ver hasta donde puedes resistir. Creo que eres poderosa, pero todavía debemos comprobar realmente cuanto, y no creo que aquí lo sea un buen lugar.
-No dudo que tus intenciones sean buenas- le expresó Octavio.- pero en estos últimos años hemos aprendido a trabajar solos con Ámbar. Hemos visto morir a muchos, y hemos sido también traicionados. Si me he de dejar matar es por cumplir la voluntad de la mujer que amo, y nada me va a ser reclinar. Así que creo que Ámbar y yo vamos a seguir con nuestro plan.
-¿Y cuál es ese plan? ¿Salvar a Prisia siendo su rey?, Prisia no podrá ser salvada si Catar perece, si el mundo de los seres elementales desaparece. Y si esto ocurre ni estas calles, ni las ciudades de este mundo serán un lugar habitable. La guerra no es sólo por Prisia, ya no. Han cambiado las reglas del juego y ustedes aún no lo saben.
-Pues nosotros buscamos a la única persona que puede cambiarlo todo…- le dijo la hechiera.
-Y si les digo que su búsqueda terminó.- respondió la mujer ciega.
-Entonces te pediría que me llevaras donde ella está.
-¿Estás segura?- le preguntó Octavio al oído a Ámbar
-No. Pero creo que desde que hemos regresado, ésta es la pista más firme que hemos tenido de Luz. Si las reglas han cambiado es porque nuestros amigos en Prisia no deben de estar bien. Lo que esté pasando debemos averiguarlo para poder saber cómo responder.
-¿Y?- los apuró la mujer
-Iremos contigo.- le dijo Octavio.
La mujer tomó su bastón y caminó hacia la calle miró para todos lados, hizo una señal a Octavio y ámbar y estos la siguieron cerca.
Un automovilista se distrajo cuando vio que tres personas que cruzaban delante de él desaparecieron ante sus ojos antes de llegar a la siguiente acera.

sábado, 21 de marzo de 2009

CAPITULO 5

Sólo cuando el sol comenzó a abrazarle la piel, Octavio intentó empujar sus párpados hacia arriba. Sentía que la luz le dañaba los ojos, y el olor de los pabilos quemados entraba por sus fosas nasales y le hacia picar la garganta. Su boca estaba pastosa, seca. El cuerpo le dolía por el ritual, pero apenas podía distinguir en su interior que lo vivido la noche anterior fue parte de su actual realidad, y no de uno de sus sueños. Palpó en su pecho el amuleto que le había colgado Ámbar, y a un costado halló el cuchillo que sería su empuñadura como Rey. Movió la cabeza para despabilarse y sacudirse los malos pensamientos que estaban a punto de invadirlo.
Un grito estremecedor terminó por darle el impulso de levantarse. Se vistió apresurado y antes de llegar a la puerta del departamento halló a Ámbar con Luna en brazos, ambos tenían una mirada felina y asustada.
-Creo que fue el señor Fernández el que gritó- le dijo Octavio.
-Fue él, pero no debemos ir.
“No ir”, jamás Octavio había oído a la hechicera pronunciar esas palabras, en los dos últimos años nunca habían dejado de ayudar a alguien, aunque la trampa fuera evidente, aunque quedara al descubierto su verdadera condición, aún cuando sus vidas estuvieran en juego. ¿Qué había de distinto esta vez? ¿Qué le estaba ocultando?, pensó él, pero no se dejó intimar por los ojos de Ámbar, abrió la puerta y corrió hacia el departamento de Fernández.
La puerta se abrió sin necesidad de usar la llave, a simple vista todo estaba en su lugar. Sacó su cuchillo y caminó despacio hacia el dormitorio del hombre. Las persianas estaban bajas, un frío le corrió por la nuca; no encendió las luces y se movió con sigilo en la penumbra. Llegó hasta la cama vacía, la tocó y pudo comprobar que aún conservaba el calor de un cuerpo que la había ocupado hasta hacia poco tiempo. Sintió que algo le rozaba su pantorrilla y era Luna. La gata se frotó en la cama, se metió debajo de ella y empezó a maullar con fuerza.
Las luces se encendieron detrás de Octavio al tiempo que la gata salía con un papel en la boca que dejó a su lado; este lo tomó, lo abrió y en el halló escrito: “Sólo una piedra entre dos agujas es capaz de detener el tiempo”. No le encontró un sentido, pero cuando se volteo y vio a la hechicera comprendió que estaba buscando en el lugar equivocado. Siguió su mirada hacia el techo. El señor Fernández estaba pegado al cieloraso en medio de una burbuja, en posición fetal, con el dedo pulgar de su mano derecha en la boca. Parecía estar en paz, como un bebe en el vientre de su madre, pero al observarlo con atención podía verse el agujero que la falta de sus ojos había dejado en su cabeza. Alrededor de la burbuja el asesino había escrito con sangre: “Dejen de buscar”.
La hechicera había cerrado la puerta al entrar al departamento y la gata con furia arañaba la puerta en señal de peligro. Octavio no podía reaccionar, se había jurado que nadie más inocente iba a volver a morir. Se subió a la cama e intentó bajar a Fernandez, pero Ámbar lo impulsó a que desistiera. “¡Debemos irnos ahora mismo!”, le gritó con ímpetu.
Un segundo después caminaban por el techo del edificio lindero y entraban a la habitación desocupada que el día anterior había atravesado Octavio, entonces recordó al hombre que lo observaba desde la vereda de enfrente y que le pareció haberlo visto unas cuadras antes detrás de él. “Creo que me siguieron, lo siento”, dijo. “No es tu culpa, no íbamos a pasar desapercibidos por mucho más tiempo”, le respondió la hechicera.
Atravesaron el largo pasillo, bajaron las escaleras cautos y cuando con prisa iban a abandonar el edificio, una trompada en su rostro lo obligó a Octavio a retroceder, cuando reaccionó sintió un puntazo en medio de su pecho, miró y tenía clavado en él un cuchillo, una mano aún lo sostenía y volvía a hundirlo más en él.
Ámbar intentó alejarlo con su magia, pero sentía que su energía chocaba contra una coraza, si bien su intención era arrojarlo lejos, el hombre se quedó inmutable sobre Octavio que no podía defenderse por el dolor. Entonces la hechicera avanzó dispuesta a pelear cuerpo a cuerpo como cualquier humano, pero el hombre sin tocarla la tiró al piso. Y salió corriendo, pero antes de llegar a la puerta retrocedió y cayó al suelo, una mujer se arrojó sobre él con un baston blanco. Lo dobló y de el medio de éste sacó una pequeña cuchilla con la que le cortó la nariz y enterró en medio de su frente abriendo un surco del que empezó a brotar agua.
Después lo dejó solo y el hombre huyó.
Se acercó a Ámbar y la ayudó a incorporarse, fue hacia Octavio le quitó el cuchillo de su pecho. Cuando la mujer acercó su rostro a él para comprobar que aún respiraba, este pudo ver sus ojos blancos por la ceguera.

jueves, 19 de marzo de 2009

REGRESO

Queridos amigos,
Me he asusentado por un tiempo, porque he salido de vacaciones de mi trabajo y estuve desconectada de Internet.
La verdad es que estuve sin esribir, porque hice otras cosas: fui electricista (arreglé dos lámparas que no andaban, puse un proyector de luz halógena) y fui techista (arreglé un techo con alquitrán, ya que goteaba mucho; y funcionó, después de que la pasé llovio muchísimo y no pasó ni una gota!). También me dediqué a preparar una materia de la carrera (rendí bien, me saqué ocho)y a acompañar a mi viejo a una serie de médicos porque no se sentía bien, pero ya está todo encaminado.
Y bueno, así trascurrieron los días...
Ah, también fui al cine...
Este sábado prometo regresar con una nueva entrega. ¡No me abandonen!
besos

Ana

viernes, 20 de febrero de 2009

CAPITULO 4

Antes de que los soldados de Pierina pudieran desenvainar sus espadas, con la suya Arturo le cortó la garganta a uno y con furia la clavó en el vientre de otro. Un tercero intentó atacarlo por la espalda, pero como si tuviera ojos en la nuca, el elfo movió su arma con tal habilidad que lo desarmo y se la hincó en medio del pecho.
Los gritos alertaron a los demás guardias apostados fuera de la prisión. Se dividieron en dos grupos. El primero bajó hacia las celdas y el otro, rodeó a la montaña para evitar alguna posible fuga. La quietud que imperaba en el bosque que rodeaba a la elevación quedó rota por un fuerte zumbido que provenía del mismo. La oscuridad no les permitió distinguir que eran atacados por miles de flechas que provenían de todas direcciones, y poco a poco fueron cayendo.
Arturo como poseído por el Dios de la guerra, le quitó la espada a uno de los caídos e increpó al grupo que lo atacaba peleando con ambos brazos. El olor del sudor de los cuerpos que resistían la lucha se mezclaba con el de la sangre. Unas piedras se movieron detrás del elfo, era una puerta secreta, y una nueva cuadrilla de soldados se precipitó sobre él. Con menos fuerzas y sin más manos extras intentaba moverse en todas direcciones, esquivando los sablazos, y tratando de herir lo más posible. Con los reflejos en vilo, no pudo distinguir que algunos de los guardias se alejaban de la contienda para entablar otra más a pocos metros de allí. Después de unos minutos quedó sólo frente a dos. Uno dejó caer su espada y dio dos pasos atrás en señal de que daba por concluida la pelea, el otro se abalanzó sobre el arma del elfo auto hiriéndose. Su intención era desorientar a Arturo, mientras su compañero desarmado se acercaba a él con lentitud y sacaba de su tobillo un pequeño cuchillo que hundió en el costado del elfo. El dolor casi lo hace caer. Pero un nuevo sonido rompió la tensión del momento. El hierro cortó la carne del soldado traidor a la altura del cuello, y su cabeza cayó a un costado de su cuerpo. El otro intentó huir pero cayó también antes de que pudiera dar un paso.
Los brazos fuertes y suaves de Aylí, la capitana de las elfas guerreras, sostuvieron al elfo y lo llevaron fuera de la montaña. Lo recostó sobre unas rocas, y Merlinda que desde lejos vigilaba la contienda se acercó. Le quitó de un tirón el cuchillo que tenía clavado y enseguida le pasó sobre la herida una crema de color terracota. En unos segundos la herida no sólo dejó de sangrar, sino que la piel volvió a la normalidad como si no hubiera sido herido. El elfo se levantó fortalecido.
-Gracias amigas- le dijo con emoción a las elfas que le respondieron con cálidas sonrisas.
-No lo hemos hecho sólo por ti- le increpó Aylí.- Aunque siempre estás en nuestro corazón la desaprobación de la lucha de la guerra de las prisianas ha tenido que hacerse a un lado cuando lo que está en peligro es todo nuestro mundo tal como lo conocemos. Hemos comprendido que sin ellas no podemos triunfar.
Arturo no se animó a indagar más en lo que le acababa de manifestar la elfa, se movió en sus ropas como si tratará de acomodarse en un cuerpo extraño. Esos movimientos alertaron a Merlinda.
-Perdona Arturo que haya experimentado con vos mi crema curadora. La verdad que no sabía cual sería la reacción, ¿Te sientes bien?
-¿Sentirme bien?... pues no sé que sea tu crema, pero me siento como si no hubiera estado en ninguna contienda.
-Pues eso… eso es genial… - Merlinda volvió a tomar el cuchillo que le había sacado a Arturo de su costado y se lo volvió a clavar en el mismo lugar ocn todas sus fuerzas, pero este se hizo añicos.
-No puede ser…- Arturo se tocó la piel- La siento dura como mármol…
-No puedo revelarte todo, pero en esta crema hay una parte de tierra de un sitio especial donde dicen que moran las almas inmortales. El sitio que no debe ser dicho ni siquiera oído.
-Esta bien… no quiero saber más, sólo sé que gracias a vos estoy como nuevo.- se acercó a la hechicera y le beso el rosto. Un murmullo detrás de él lo hizo voltearse, un grupo de elfas traía consigo a Victoria. Aunque aún era de noche, el reflejo de la luna le molestaba en los ojos.
Merlinda se acercó e ella.
-Princesa, ya terminó tu calvario.
Victoria la miraba con recelo.
- Yo… yo no soy una princesa… soy… soy Serene la hija del herrero de Belgún… no.. no puedo escapar…no puedo escapar..
La hechicera la miró con compasión y puso una de sus manos sobre su mejilla.
- No temas querida, pronto volverás a ver sin dolor en los ojos, y pronto regresaran a ti los recuerdos. Ya es tiempo de dejar de ser Serene para ser Victoria, reina de Prisia.

martes, 10 de febrero de 2009

Capitulo 3

La hechicera tomó la sal y dibujó un círculo que la encerraba junto a Octavio, adentro puso también todas las cosas que él le había llevado, además de un paño de algodón, y un recipiente.
-Este es un círculo de protección, ninguna fuerza negativa podrá entrar en él y podremos así terminar con el ritual antes que despunte el alba.
Ámbar puso el agua bendita en un recipiente, se lavo con ella las manos para quitarse los restos de sal, y se secó con suavidad con el paño de algodón.
-Necesitamos hallar la misma fuerza que otros humanos necesitaron para vencer a la maldad, por eso te hice buscar agua bendecida.- le confesó a Octavio.- ¡Qué esta agua purifique nuestra alma y como San Benito nos de la fuerza para pisar a nuestros enemigos y sabiduría para empuñar la espada! - Dicho esto, dejó caer el agua sobre los pies de Octavio, los frotó con ella, y los secó con la tela haciendo pequeñas friccione; la misma operación repitió con sus manos. Él seguía sus movimientos con devoción; los ojos le brillaban como extasiado por la energía que sentía provenir de ella. El contacto de los dedos con su piel le producían pequeñas descargas de electricidad. Él sentía que su magia era cada vez más poderosa. Admiraba a Ámbar y le temía al mismo tiempo.

En la tierra de los dos soles, donde los caminos del día se borran durante la noche, y el viento modifica el paisaje a su paso. En un lugar escondido se levantaba el coven de la Orden de Ábula. Las trece sillas que ocupaban trece hechiceras fueron quedando vacías a medida que el poder de Horus crecía junto con el reinado de Pierina. Sólo cuatro habían acudido a la reunión ese año. Cuatro cuya magia permanecía entre las sombras: su naturaleza estaba oculta en la vida cotidiana de aldeanas comunes.
Llegaron al lugar vestidas de pueblerinas y una vez que ocuparon sus lugares adquirieron su impronta: amplias capas de colores, cabellos brillantes y largos, sombreros en forma de conos.
Encendieron con sus manos las velas que estaban a ambos lados de sus sillones.
Todas parecían jóvenes, su verdadera edad podía descubrirse en los surcos de sus manos. Iris, la de cabello color negro violáceo rizado, piel blanca y suave como el algodón, era la más longeva, y por lo tanto la de mayor autoridad en la sesión de ese día. Ella se puso en el medio de todas, sacó de abajo de su capa un libro con tapas forradas en cuero blanco con incrustaciones de piedras preciosas; lo levantó en alto y mostrándoselo exclamó:
-Este no es un libro. Es nuestra vida. En sus páginas, las mayores hechiceras han grabado sus secretos, sus descubrimientos, nuestra historia como Orden. Pero principalmente, es un mapa, aquí se guardan la posición de todas las puertas que unen a nuestro mundo con los otros, la ubicación de nuestro mayor templo y la de los tesoros del mundo mágico. Todo está aquí, y quien lo tenga poseerá el poder total. Desde hace siglos nos hemos negado a otorgárselo a uno sólo de los nuestros o de nuestros reyes, hemos cuidado de él para garantizar la paz. Pero es la primera vez que realmente está en peligro. Por eso creo que ya no puedo seguir cuidando de el sola. Es algo que tenemos que hacer todas. ¡Nosotras seremos el libro!

Después del agua bendita, Ámbar tomó el cuchillo antiguo, en su empuñadura había un puma grabado. Movió sus manos y apareció una copa. Tomó una de las manos de Octavio, la puso encima de ésta con la palma para arriba y con el cuchillo le hizo un tajo profundo. Se hizo uno igual en su mano y la unió a la de él apretándosela con fuerza. Sus sangres se mezclaron y cayeron en la copa. Mientras las gotas caían, la copa se iluminaba y los destellos formaron una cadena dorada que sujetaba ambas manos, entonces la hechicera levantó el cáliz lo movió para que su contenido se mezclara bien y bebió de el y le dio a beber a Octavio.
-Ya tienes sangre prisiana corriendo por tu cuerpo, ya eres digno como cualquiera de sus habitantes de pelear por Prisia u ocupar un lugar en su reino.

Iris dejó que el libro se suspendiera en el aire y dijo:
-Desde hoy nuestra piel será las hojas del libro, sólo juntas el poder estará completo, si una de nosotras muere, el poder jamás podrá volver a reconstruirse, y los secretos estarán a salvo para siempre.
Entonces las hechiceras dejaron caer las capas a sus espaldas, desabrocharon los botones de sus vestidos y se abrieron de abrazos para mostrar su piel. Iris cerró los ojos y el libro comenzó a arder. Las cenizas calientes empezaron a volar por la habitación.

Ámbar tomó el aceite, lo bendijo con su varita y mojó su dedo pulgar, luego lo apoyó en la frente de Octavio mientras pronunciaba unas palabras en una lengua que él no había oído antes.
- El agua limpia, pero se evapora; el aceite penetra y su marca jamás se quita del espíritu.- En ese instante ambas manos de la hechicera estaban apoyadas en la frente de Octavio.- Por el poder que me fue concebido por mi madre, Brisa, en representación de la Orden de Ábula, yo Ámbar, protectora espiritual de Prisia, te consagro Rey.

El libro se encendió por completo y todas las cenizas se empezaron a pegar en la piel de las hechiceras, y como si fueran tinta escribían sobre ellas frases, fórmulas; dibujaban caminos, senderos, estrellas, y puntos cardinales.

La hija de Brisa volcó el ácido sobre el cuchillo:
- Tu poder será como este ácido, derretirá las armas de los enemigos y de las filas contrarias surgirán los otros hombres dignos de reinar con sabiduría y paz.
El cuchillo se derritió bajo el ácido y de él surgió uno nuevo, cuyo filo era más brillante y cortante, pero en la empuñadura, dos pequeñas espadas cruzadas estaban unidas por un lazo.

Cuando la tinta, o las cenizas acabaron su tarea. Las pieles recobraron su forma.
- Ahora sí podemos regresar a nuestras vidas… solo cuidemos de que ningún otro hechicero pueda vernos desnudas.

Las velas que rodeaban a los cuerpos de Ambar y Octavio ardieron sus últimos vestigios de vela, a lo lejos el ruido de una ciudad que despertaba fue un arrullo para ellos que se dejaron vencer por el sueño. Antes de dormirse ella ató al cuello de Octavio una bolsita con el corazón de topo disecado y celidonia: “esto será tu escudo frente a tu enemigos”.

Debajo de los dos soles, el lugar donde se levantaba el cover despareció por el viento y la arena.


Continuará...

lunes, 2 de febrero de 2009

CAPITULO 2

-Una monedita por favor que soy ciega… una monedita por favor..
-Aquí tiene señora.- Octavio puso un billete de veinte en la palma de la mano de la mujer ciega y se la cerro- Esto guárdeselo mejor en el bolsillo no lo ponga en la latita.- le sugirió, y la señora eso hizo. El miro por encima de su hombro y vio que en la otra acera estaba un hombre que creyó haber visto unas cuadras más abajo en el camino.
-Gracias mi hijito- le respondió la señora. Octavio movió la cabeza olvidándose de que ella no podía verlo e ingresó rápido por el pasillo de una vieja casa, dobló a la derecha y se internó en otro más angosto y largo. Subió las escaleras, y al llegar al primer piso observó hacia abajo para ver si lo estaban siguiendo. Entró en una de las habitaciones del fondo. La atravesó, “por suerte esta vacía”, pensó. Salió al balcón, saltó la baranda y pasó a una amplia terraza. Caminó con cuidado, se acercó a los balcones de otro edificio y pasó a uno de ello. Movió el pistillo de la ventana de vidrio y esta se abrió. Entró a un living, miró para todos lados y caminó hacia la puerta de salida. Sacó un llavero y puso una de las llaves en la cerradura y la giró, abrió la puerta y volvió a cerrarla. Descansó su frente unos segundos sobre ella.
-¿Eres tú Octavio?- preguntó una voz apagada y ronca.
-Si señor Fernández, soy yo.
-¿Trajiste mis remedios?
Octavio, sin responderle, caminó hacia la cocina. Sacó agua mineral de la heladera, un vaso de la alacena, lo llenó de agua y se dirigió hacia la habitación. Antes de llegar volvió a oír que lo llamaba.
-¡Acá estoy, y con su medicina!- exclamó al llegar al dormitorio de señor Fernández que estaba acostado en la cama.
-No te veo buen rostro hoy… ¿Te pasa algo?- le preguntó a Octavio cuando este le acercó el vaso con una pastilla.
-Sólo estoy algo cansado.
-Igual que yo. Hoy los huesos no me daban ni para estar sentado. No pude levantarme.- Octavio le acomodó la almohada después de retirarle el vaso y le encendió la televisión,le acercó la revista de cable y el control remoto. Iba a salir de la habitación cuando el hombre le habló.
-Octavio, tu mujer estuvo por aquí hace como una hora. Te buscaba, pensaba que ya habías llegado. La noté algo nerviosa, espero que no te estés mandando ninguna macana por ahí…
-No… no me estoy mandando ninguna macana.- Octavio sonrió de costado por la ocurrencia del anciano.
-Otra cosa Octavio, has visto a Luna… la llamo, la llamo y no viene..
-No la vi. La ventana estaba con el vidrio cerrado, quizá salió cuando abrí la puerta. Hasta luego señor, tengo que irme.
Octavio dejó el departamento, cruzó el pasillo y entró en otra casa.
Cuando cerró la puerta detrás de sí, Luna, una gata con el pelo negro como carbón y brillante como una estrella se frotaba a un lado y a otro de sus piernas.
-¡Así que estabas acá! - Octavio le devolvió los mimos, y los ojos de la felino destellaron iluminando las sombras en las que estaba inmerso el lugar.
Este tenía las persianas bajas, y las luces apagadas. Sin encenderlas Octavio fue hacia la habitación de la derecha. Sus ojos tardaron unos segundos en acostumbrarse a la luminiscencia de la veintena de velas que poblaban la habitación.
-Deja lo que trajiste adentro del círculo- le ordenó Ámbar.
El sacó cada cosa de la bolsa y las fue depositando despacio: un frasco de agua bendita que había tomado de la Iglesia San Benito, un frasco con ácido, un cuchillo antiguo, sal gruesa, un corazón de topo (para esto último tuvo que coimear a un vigilante del zoológico, que le informó que repentinamente habían muerto tres topos ese día), y celidonia.
Después de dejar todo, se sentó como indio a un costado de la habitación en silencio, junto a la gata que se hizo un ovillo a su lado.
La claridad del día se fue apagando en el exterior, y la noche avanzó. Ni Octavio, ni Ámbar se movieron de su posición. Ella estaba dentro de un círculo de velas negras y verdes, símbolo de la liberación y la esperanza respectivamente. Estaba desnuda, y su cabello de fuego sobre su blanca piel relucía sobre su cabeza como un dragón. Octavio había visto en varios rituales la desnudez de Ámbar, y siempre volvía a experimentar el mismo sentimiento de incomodidad. Le recordaban su extrema soledad y lo mucho que extrañaba la piel de Victoria debajo de sus dedos.
-Ya es hora- dijo la hechicera de repente.
Octavio dejó su estado. Se quito la camisa, el pantalón y la ropa interior, y pasó dentro del círculo, y se sentó frente a ella.

En una de las prisiones de Pierina, Arturo esperaba junto a Victoria, con su audición puesta más allá de las paredes de piedra. Había pedido parte de sus orejas, pero no su aguda oído de elfo. Oía las voces y los ruidos de la noche, hasta más allá de las montañas.
De repente se paró y dijo con dulzura a Victoria:
-Princesa, ya es hora.
Le besó el rostro, la ayudó a sentarse en el catre, salió de la celda, y colocó en la puerta un candado más fuerte que el que tenía. Empuñó su espada y subió las escaleras hacia la guardia de soldados enemigos.


Continuará….

martes, 27 de enero de 2009

CAPÍTULO 1

Dos años después


-¿A quién le toca hoy jugar con la corderita?- preguntó un corpulento soldado al tiempo que movía un manojo de llaves de un lado a otro.
-¡Hoy es tooooda mía!…- sentenció risueño otro gordinflón mientras dejaba su espada a un costado, se frotaba las manos y se lamía como haría un animal salvaje a punto de comer a su presa.
El primer soldado estaba dejando caer las llaves sobre la gruesa mano, cuando otra más delgada y sumamente fina las atrapó antes de que llegara a su destino.
-Un momento.- objetó el soldado que acababa de llegar. Este lucia el mismo traje gris que los otros soldados: pantalón ajustado, botas negras de cuero, camisa de una tela sumamente gruesa y elástica (confeccionada por las mejores modistas de los reinos de Catar de una tela especial que no dejaba pasar con facilidad el filo de las espadas), pero a diferencia de los otros, que llevaban un chaleco de alambre de abeja tejido en plata, el de él era de oro, marcando su rango superior.
-Disculpe Capitán- se excusó el soldado más grueso - No sabía que hoy le tocaba a usted venir por estás celdas.
-Acoso tengo que darle explicaciones a usted, soldado, de mi itinerario- masculló y quitó una risita a los otros que lo observaban, mientras que hacia sonrojar al más obeso.
-No… no… disculpe.- dijo éste sin encontrar palabras y retrocedió de su lado.
-No es nada.- el capitán puso la llave en la cerradura de la angosta puerta de madera de la celda, la hizo girar y antes de abrirla se volvió a los hombres y les dijo- No creo que conmigo adentro pueda escaparse nuestra prisionera. Porqué no van a tomarse algunas copas en mi nombre y en el de Pierina, ya que ésta va ser una fría y larga noche.
-Es que… se nos ha ordenado no dejar nunca libre esta puerta. Es una de las prisioneras más importantes, no puede pasarle nada… o nos matarían- le explicó el primero de los soldados.
-Esta muchacha era la jefa de los rebeldes, pero su bravura la ha perdido hace rato… como la llaman ustedes “corderita”, ¿No es acaso eso ahora?, ¿No son ustedes la que han hecho eso de ella a fuerza de golpes, y agravios?
-Mi capitán…- intentó explicar otro.
-Ya sé, se les fue ordenado también su maltrato. No se excusen, pero creo que con este trabajo ustedes ya se han divertido bastante, ¿O No?, dejen un poco de diversión a su viejo Capitán de trincheras, siento curiosidad por tocar esa piel que según les he oído es la más suave que han tocado; y quisiera hacerlo en privado, porque cuando me entrego a mis paciones no soy muy silencioso y con ustedes aquí oyéndolo todo… Creo que me será algo embarazoso, además merezco algo de respecto. ¿No?- estas últimas palabras sonaron con un frío rigor.
A los soldados les pareció una actitud poco común, pero habían oído de las excentricidades de algunos capitanes, y si bien Arfeo tenía una reputación sería, era la primera vez que la veían ir por esas prisiones y quizá deseaba un poco de privacidad con la muchacha, como lo había manifestado. Por temor a contradecirlo más que por propio convencimiento, ellos aceptaron su petición y abandonaron su puesto. Subieron por una escalinata de piedra hasta un piso superior, traspasaron otra puerta de reja y allí se quedaron, pensando que ya estaban lo bastante lejos como para cumplir con ambas órdenes: dejar solo a su capitán con la prionera y no abandonar su puesto.
La muchacha presa estaba en la celda más honda de toda la prisión. Ni siquiera era una verdadera prisión, era una construcción de roca en medio de una montaña oculta entre los arbustos y que sólo pocos soldados conocían, sólo los más allegados a Pierina; allí detenían a los rebeldes.
Arfeo cerró la puerta tras de sí, sin dejar antes de mirar si los soldados habían subido por las escaleras.
Dentro, se acercó a un candelabro y lo encendió. Lo tomó en alto y buscó en la oscura habitación algún signo de vida. Todo era negro, húmedo y silencioso. El piso cubierto de paja, estaban sucio de excremento, orín y restos de comida, el olor no llegaba a ser nauseabundo, pero volvía espeso el aire. Iluminó el lado derecho y pudo ver un catre vació, siguió la línea y le pareció hallar algo al final de la habitación, debajo de un pequeño oyó por el que se colaba la luz de los corredores superiores. Se acercó. La muchacha estaba allí. Era un manojo de huesos cubierto por un vestido hecho añicos que dejaba ver sus uno de los muslos y parte de sus pechos. El pelo le caía desprolijo sobre la cara. Él lo toco para apartárselo y contemplarla mejor. Ella ni se mosqueó, cuando él puso delante de su cara el candelabro, la luz le pegó de lleno en sus hermosos y grandes ojos verdes. Sin defenderse, se dejó caer hacia atrás, apretó sus puños con fuerza, clavando sus uñas en la palma de su mano, giró su cabeza hacia la pared y se abrió de piernas.
El capitán retrocedió asustado.
-Estás peor de lo que imaginé- una lágrima cayó por su rostro, y con voz dulce le preguntó - ¿Qué han hecho querida contigo, que te han quitado la fuerzas para luchar?
Ella no respondió.
El sacó una bolsita de entre sus ropas. Se volvió acercar a la muchacha y la ayudó a sentarse. De la bolsa extrajo una bolita azucarada, como si fuera un caramelo, y se la colocó en su boca. Le tomó con su mano el mentón y la hizo mirarlo.
-¿No me reconoces Victoria?, ¿Puedes ver aún en mis ojos a tu viejo amigo Arturo?.. - le dijo mientras se quitaba el casco para que pudiera observarlo mejor. Arturo tenía las facciones más duras, un pequeño bigote, el cabello corto y sus orejas había perdido las puntas que lo caracterizaban como elfo. El era ahora otro hombre, Arfeo capitán del ejército de Pierina, pero con una única misión, mantener viva a sus amigas prisianas... - Victoria… Victoria…- volvió a llamarla.
-Lo siento. Mi nombre es Selene- dijo ella con una voz apagada y volvió su cabeza hacia la pared, apartándose de él.

viernes, 16 de enero de 2009

Previamente en Las Hijas de Prisia (breve resumen de los últimos acontecimientos)

Los soldados de Pierina atacan a las elfas guerreras, a las que matan les arrancan el corazón, para que el mundo mágico no pueda reproducirse (del corazón de una elfa muerta nace un hada) también hieren a los unicornios y toman sus cuernos de trofeo, e incendian el bosque encantado.
Otras tropas sorprenden a los pobladores de Prisia en sus hogares, queman sus casas, su comida y sus establos. En una de las aldeas obligan al hombre más anciano a ir pueblo por pueblo a propagar la noticia de que aquellos que no acepten vivir bajo las órdenes de Pierina sólo conocerán el dolor y la muerte y aquellos que la sigan serán como reyes en sus pueblos.
Ada, en su forma de puma, es atrapada por los soldados, éstos entran al castillo de Prisia y asesinan a todos los sirvientes. Las hadas Tina y Oncle se percatan de lo que está pasando y avisan a las hechiceras Merlinda y Ámbar. Merlinda se queda junto a Tina para buscar a Victoria y a Octavio. Tina, por medio de un hechizo cambia su apariencia por la de Victoria. Cuando el capitán Barbicus irrumpe en el lecho de Victoria la mata, sin saber que en realidad asesinaba a Tina.
Oncle ayuda a su Rey y a Ada, pero no puede evitar que lo lastimen, y le muestren a su hija muerta.
Victoria, junto con Octavio y Merlinda logran escapar.
Ámbar se enfrenta a Horus y él logra vencerla y la entierra viva, pero antes de que se le acabe el aire aparece Arturo para rescatarla.
El anciano enviado a hablar a favor de Pierina, desobedece las órdenes de los soldados y va al castillo de Prisia a ayudar a Galo.
Oncle descubre que fue su hermana la que murió en lugar de Victoria, y al reencontrarse con Arturo le confiesa que se va a vengar aunque ponga en riesgo su propia naturaleza.
Ámbar, junto al río, en donde acampa con Merlinda, Victoria y Octavio, le pide a las aguas que le aclare sus pensamientos. Empieza a recorrer con su mente las palabras y los hechos sucedidos desde el momento que sube al subte una mañana y ese momento que vive. Descubre que la clave está en la niña ciega que conoce en el subte.
La niña ciega resulta ser la hija de Victoria y Horus, y a la que ella creía muerta.
Octavio les confiesa que sabe donde hallar a ese niña.
Deciden ir en su búsqueda y a la vez emprender una cruzada rebelde contra Pierina.
Horus va a pedirle ayuda a las elfas guerreras que se salvaron en el bosque, pero le niegan la ayuda.
La noche antes de que se emprenda la nueva aventura: Ámbar junto a Octavio y Merlinda con Victoria y Arturo, la hechicera, hija de Brisa, se entrega al elfo Arturo, y Octavio vuelve a amar su princesa.
En el reino de Ruma, Pierina comenzaba su ritual para ser nombrada Emperatriz de Catar.


Hasta aquí hemos llegado. Durante meses fuimos conociendo algunos de los secretos que rodeaban a Ada, Victoria, y Ámbar, pero aún quedan muchos otros interrogantes.
En la próxima etapa, otra vez separadas, deberán enfrentar nuevos peligros y pondrán a prueba su fuerza, su fortaleza y sus poderes.
¿Podrá Victoria devolverle a su pueblos la libertad deseada?
¿Hallaran a Luz, y regresaran con ella al reino de Catar?
¿Caerá Pierina?
¿Horus será finalmente vencido?
Seguime acompañando y descubramos juntos el nuevo rumbo de esta pequeña novela.