sábado, 10 de mayo de 2008

VEINTITRES

Ámbar alzó la varita que le habían entregado sus antepasados y exclamó al cielo:
-¡Seres de la luz, los invoco para que caigan sobre lo que no tiene color, sobre lo que permanece sin vida ante nuestros ojos y le den su verdadera apariencia!
Después de esto, su voz habló la lengua de los antiguos, de los iniciadores de la Orden de Ábula. Entonces, las estrellas soltaron destellos que traspasaron las nubes y llegaron de centenares hasta el lugar donde había vacío. El brillo cayó como pinceladas sobre la casa, y de a poco, empezó a quedar al descubierto una puerta, una ventana, un balcón, hasta que todo el lugar quedo visible.
El hada, el puma y la hechicera entraron y fueron derecho hacia la puerta del sótano. La hallaron cubierta de una hiedra de troncos gruesos. Con sus filosos dientes el puma tiró de las ramas, y logró quitar una buena parte, pero inmediatamente, la planta creció más y más hacia ellas, como si fueran brazos de gigantes. Tina se aferró a uno de los troncos para evitar que lastimara al puma (Ada convertida en animal ya había sido herida una vez, y temía que si volviera a pasarle no pudiera curarla). Los troncos tenían pequeñas espinillas que se le clavaron en su mano y en su brazo, su sangre empezó a correr y las hojas se cubrieron de rojo. La planta, como se alimentaba de la maldad, la pureza y la bondad del hada pudo detenerla. Su sangre corrió y la hiedra comenzó a secarse.
La puerta quedó libre. Bajaron con cuidado. La enredadera había cubierto la escalera, y si bien parecía muerta, había algunas ramitas aún moviéndose.
Todo estaba oscuro.
Tina batió sus alas y despejó el aire. Encendió unas velas que encontró y al mirar hacia el techo vieron a Victoria colgada de sus muñecas. El hada voló hacia su rostro, agitó más fuertes sus alas cerca de el y frotó con sus manos un polvito mágico en su pecho, pero Victoria no se movió; acercó su oído a su boca y no oyó ningún sonido.
-Ya no respira- dijo con desconsuelo.
Ada lanzó un gruñido desgarrador. Ámbar con furia movió su varita en el piso y dejó al descubierto la tierra sepulcral que ocultaban las maderas, escarbó con sus manos y la enterró en lo profundo; Se arrodilló, alzó sus brazos y dijo: – Yo, hija de Brisa, heredera de la orden de Ábula, guía espiritual de Prisia, les ordenó a los seres de la noche, a las matronas de la muerte que se alejen de Victoria. Si se llevan esta alma a sus profundidades, no descansaré hasta que la luz invada cada uno de sus recovecos y ya no habrá vida y muerte. Todo será un único tiempo. Nuestro tiempo.
Como si hubiera amenazado al mismísimo Demonio, todo empezó a temblar. La negrura se hizo más espesa y la puerta estaba a punto de cerrarse cuando entró Arturo cargando a Octavio incosciente en uno de sus hombros.
Bajó las escaleras y lo dejó debajo del cuerpo de Victoria. Octavio despertó y al verla la tomó de sus piernas e intentó bajarla, pero no le fue posible. No se dio porvencido, y volvió a intentarlo una, dos, tres, diez veces, hasta que quedó exhausto. El edificio empezaba a derrumbarse a su alrededor, las mujeres unieron sus manos a las de Arturo. Octavio empezó a llorar. Las lágrimas que provenían de su corazón cayeron al piso a través de los pies de Victoria. Las gotas comenzaron a juntarse, a buscarse, se unían como eslabones de una cadena que se iba haciendo más y más extensa, hasta que se enredó a los cuerpos de los dos jóvenes para unirlos. El calor del cuerpo de Octavio y su dolor fue suficiente para espantar la oscuridad del corazón de Victoria, para derretir la frialdad de la muerte. Una luz nació del alma de él al alma de ella. Los cerrojos que la aprisionaban se derritieron y Victoria cayó en sus brazos. Octavio la cubrió de besos. Ella abrió los ojos y comprendió que el amor de él la había salvado.

lunes, 5 de mayo de 2008

VEINTIDOS

“Cerezos 240”; Era el domicilio de Ámbar, el que le había facilitado la encargada de Recursos Humanos del diario a Octavio. Allí había ido y se había encontrado con una casa con las ventanas cerradas y las luces apagadas; todo le indicaba que no había nadie, tal como él lo esperaba.
“Ada, Victoria, Ámbar”, sus rostros se mezclaban en su pensamiento. El sentía que eran como tres puntos de lana de una misma pieza, si él tiraba de uno, se deshacían todos; algo unía a las hermanas con esa mujer y debía descubrirlo. Tocó el picaporte de la puerta, pero sólo comprobó sus sospechas: estaba cerrada. Entonces recurrió a un viejo truco, que hacia en la casa de sus padres cuando salía de noche y volvía sin las llaves: con un destornillador chiquito (que siempre llevaba entre sus elementos de fotografía) aflojó el picaporte, dio un tirón y lo sacó; después empujó la cerradura automática y con paciencia la abrió. Volvió a acomodar todo para no levantar sospechas y entró. Buscó en su bolso y sacó una linterna de oreja que le había comprado a un vendedor en la calle y que pensó que nunca usaría, pero que en este caso le permitiría tener las manos libres. Se la puso en la oreja y empezó a recorrer la planta baja: el comedor, la cocina, el lavadero; desde allí echó un vistazo al jardín.
Subió las escaleras y se halló en medio de un pasillo que tenía dos habitaciones a sus lados. Fue hacia la derecha: era un dormitorio. Regresó sobre sus pasos y pasó a la otra habitación. Lo que allí halló lo hizo dejar las cosas en el suelo y sacar su cámara. Ese era el cuarto de magia.
Se acercó a un círculo de velas consumidas, con algunos de sus pabilos aún humeantes. En el centro estaba la cabeza de un puma azul de cerámica; El mismo puma azul de la leyenda que había leído en Internet. Sacó fotos y se agachó para tomarlo. Se lo acercó a lo ojos para contemplarlo mejor. La pieza era hueca y había algo escrito en su interior. Acomodaba su linterna para enfocarlo bien, cuando sintió un golpe en la nuca. La vista se le nublo y cayó desvanecido al suelo.

-En el sótano de esta casa está Victoria- le dijo el hada Tina a Ámbar y a Ada, convertida en puma, mientras señalaba un terreno vacío entre dos construcciones.
-¿En el sótano de esta casa está Victoria?- repitió Ámbar asombrada- Acá no hay nada. Es sólo un baldío.
-Has pasado tantos años entre mortales que sólo ves lo que ellos creen ver. Tendrás que aprender a ver como verdadera maga.
Al tiempo que Tina terminó de decir esas palabras, la calle quedó desierta, y el sonido del viento como una trompeta repercutió en sus oídos. Las ramas de los árboles comenzaron a moverse con fuerza, y la de los arbustos y las flores. Las hojas y los pétalos que se desprendía formaban remolinos que las envolvían.
Cuando el viento paró, las veredas y el empedrado quedó cubierto con una alfombra amarilla y ocre; una suave brisa trajo consigo una melodía especial, como la de las ceremonias de entrega de premios o diplomas. Entonces Ámbar vio avanzar hacia ella a
un grupo de seres etéreos, cuyas líneas del cuerpo eran dibujadas por pétalos. El primero, el más alto, le extendió una varita mágica. Ella la tomó y él inclinó suavemente su cabeza en señal de saludo. Después uno a uno pasó haciendo la misma reverencia, hasta que en último lugar, entre pétalos rojos de rosas, descubrió el rostro de su madre que se acercó a ella para besarla.
Todo paso como en medio de un sueño. Un nuevo sonido del viento como trompeta volvió a agitar los árboles, y todo el color desapareció tras el negro del día y el movimiento normal de la calle.