viernes, 20 de febrero de 2009

CAPITULO 4

Antes de que los soldados de Pierina pudieran desenvainar sus espadas, con la suya Arturo le cortó la garganta a uno y con furia la clavó en el vientre de otro. Un tercero intentó atacarlo por la espalda, pero como si tuviera ojos en la nuca, el elfo movió su arma con tal habilidad que lo desarmo y se la hincó en medio del pecho.
Los gritos alertaron a los demás guardias apostados fuera de la prisión. Se dividieron en dos grupos. El primero bajó hacia las celdas y el otro, rodeó a la montaña para evitar alguna posible fuga. La quietud que imperaba en el bosque que rodeaba a la elevación quedó rota por un fuerte zumbido que provenía del mismo. La oscuridad no les permitió distinguir que eran atacados por miles de flechas que provenían de todas direcciones, y poco a poco fueron cayendo.
Arturo como poseído por el Dios de la guerra, le quitó la espada a uno de los caídos e increpó al grupo que lo atacaba peleando con ambos brazos. El olor del sudor de los cuerpos que resistían la lucha se mezclaba con el de la sangre. Unas piedras se movieron detrás del elfo, era una puerta secreta, y una nueva cuadrilla de soldados se precipitó sobre él. Con menos fuerzas y sin más manos extras intentaba moverse en todas direcciones, esquivando los sablazos, y tratando de herir lo más posible. Con los reflejos en vilo, no pudo distinguir que algunos de los guardias se alejaban de la contienda para entablar otra más a pocos metros de allí. Después de unos minutos quedó sólo frente a dos. Uno dejó caer su espada y dio dos pasos atrás en señal de que daba por concluida la pelea, el otro se abalanzó sobre el arma del elfo auto hiriéndose. Su intención era desorientar a Arturo, mientras su compañero desarmado se acercaba a él con lentitud y sacaba de su tobillo un pequeño cuchillo que hundió en el costado del elfo. El dolor casi lo hace caer. Pero un nuevo sonido rompió la tensión del momento. El hierro cortó la carne del soldado traidor a la altura del cuello, y su cabeza cayó a un costado de su cuerpo. El otro intentó huir pero cayó también antes de que pudiera dar un paso.
Los brazos fuertes y suaves de Aylí, la capitana de las elfas guerreras, sostuvieron al elfo y lo llevaron fuera de la montaña. Lo recostó sobre unas rocas, y Merlinda que desde lejos vigilaba la contienda se acercó. Le quitó de un tirón el cuchillo que tenía clavado y enseguida le pasó sobre la herida una crema de color terracota. En unos segundos la herida no sólo dejó de sangrar, sino que la piel volvió a la normalidad como si no hubiera sido herido. El elfo se levantó fortalecido.
-Gracias amigas- le dijo con emoción a las elfas que le respondieron con cálidas sonrisas.
-No lo hemos hecho sólo por ti- le increpó Aylí.- Aunque siempre estás en nuestro corazón la desaprobación de la lucha de la guerra de las prisianas ha tenido que hacerse a un lado cuando lo que está en peligro es todo nuestro mundo tal como lo conocemos. Hemos comprendido que sin ellas no podemos triunfar.
Arturo no se animó a indagar más en lo que le acababa de manifestar la elfa, se movió en sus ropas como si tratará de acomodarse en un cuerpo extraño. Esos movimientos alertaron a Merlinda.
-Perdona Arturo que haya experimentado con vos mi crema curadora. La verdad que no sabía cual sería la reacción, ¿Te sientes bien?
-¿Sentirme bien?... pues no sé que sea tu crema, pero me siento como si no hubiera estado en ninguna contienda.
-Pues eso… eso es genial… - Merlinda volvió a tomar el cuchillo que le había sacado a Arturo de su costado y se lo volvió a clavar en el mismo lugar ocn todas sus fuerzas, pero este se hizo añicos.
-No puede ser…- Arturo se tocó la piel- La siento dura como mármol…
-No puedo revelarte todo, pero en esta crema hay una parte de tierra de un sitio especial donde dicen que moran las almas inmortales. El sitio que no debe ser dicho ni siquiera oído.
-Esta bien… no quiero saber más, sólo sé que gracias a vos estoy como nuevo.- se acercó a la hechicera y le beso el rosto. Un murmullo detrás de él lo hizo voltearse, un grupo de elfas traía consigo a Victoria. Aunque aún era de noche, el reflejo de la luna le molestaba en los ojos.
Merlinda se acercó e ella.
-Princesa, ya terminó tu calvario.
Victoria la miraba con recelo.
- Yo… yo no soy una princesa… soy… soy Serene la hija del herrero de Belgún… no.. no puedo escapar…no puedo escapar..
La hechicera la miró con compasión y puso una de sus manos sobre su mejilla.
- No temas querida, pronto volverás a ver sin dolor en los ojos, y pronto regresaran a ti los recuerdos. Ya es tiempo de dejar de ser Serene para ser Victoria, reina de Prisia.

martes, 10 de febrero de 2009

Capitulo 3

La hechicera tomó la sal y dibujó un círculo que la encerraba junto a Octavio, adentro puso también todas las cosas que él le había llevado, además de un paño de algodón, y un recipiente.
-Este es un círculo de protección, ninguna fuerza negativa podrá entrar en él y podremos así terminar con el ritual antes que despunte el alba.
Ámbar puso el agua bendita en un recipiente, se lavo con ella las manos para quitarse los restos de sal, y se secó con suavidad con el paño de algodón.
-Necesitamos hallar la misma fuerza que otros humanos necesitaron para vencer a la maldad, por eso te hice buscar agua bendecida.- le confesó a Octavio.- ¡Qué esta agua purifique nuestra alma y como San Benito nos de la fuerza para pisar a nuestros enemigos y sabiduría para empuñar la espada! - Dicho esto, dejó caer el agua sobre los pies de Octavio, los frotó con ella, y los secó con la tela haciendo pequeñas friccione; la misma operación repitió con sus manos. Él seguía sus movimientos con devoción; los ojos le brillaban como extasiado por la energía que sentía provenir de ella. El contacto de los dedos con su piel le producían pequeñas descargas de electricidad. Él sentía que su magia era cada vez más poderosa. Admiraba a Ámbar y le temía al mismo tiempo.

En la tierra de los dos soles, donde los caminos del día se borran durante la noche, y el viento modifica el paisaje a su paso. En un lugar escondido se levantaba el coven de la Orden de Ábula. Las trece sillas que ocupaban trece hechiceras fueron quedando vacías a medida que el poder de Horus crecía junto con el reinado de Pierina. Sólo cuatro habían acudido a la reunión ese año. Cuatro cuya magia permanecía entre las sombras: su naturaleza estaba oculta en la vida cotidiana de aldeanas comunes.
Llegaron al lugar vestidas de pueblerinas y una vez que ocuparon sus lugares adquirieron su impronta: amplias capas de colores, cabellos brillantes y largos, sombreros en forma de conos.
Encendieron con sus manos las velas que estaban a ambos lados de sus sillones.
Todas parecían jóvenes, su verdadera edad podía descubrirse en los surcos de sus manos. Iris, la de cabello color negro violáceo rizado, piel blanca y suave como el algodón, era la más longeva, y por lo tanto la de mayor autoridad en la sesión de ese día. Ella se puso en el medio de todas, sacó de abajo de su capa un libro con tapas forradas en cuero blanco con incrustaciones de piedras preciosas; lo levantó en alto y mostrándoselo exclamó:
-Este no es un libro. Es nuestra vida. En sus páginas, las mayores hechiceras han grabado sus secretos, sus descubrimientos, nuestra historia como Orden. Pero principalmente, es un mapa, aquí se guardan la posición de todas las puertas que unen a nuestro mundo con los otros, la ubicación de nuestro mayor templo y la de los tesoros del mundo mágico. Todo está aquí, y quien lo tenga poseerá el poder total. Desde hace siglos nos hemos negado a otorgárselo a uno sólo de los nuestros o de nuestros reyes, hemos cuidado de él para garantizar la paz. Pero es la primera vez que realmente está en peligro. Por eso creo que ya no puedo seguir cuidando de el sola. Es algo que tenemos que hacer todas. ¡Nosotras seremos el libro!

Después del agua bendita, Ámbar tomó el cuchillo antiguo, en su empuñadura había un puma grabado. Movió sus manos y apareció una copa. Tomó una de las manos de Octavio, la puso encima de ésta con la palma para arriba y con el cuchillo le hizo un tajo profundo. Se hizo uno igual en su mano y la unió a la de él apretándosela con fuerza. Sus sangres se mezclaron y cayeron en la copa. Mientras las gotas caían, la copa se iluminaba y los destellos formaron una cadena dorada que sujetaba ambas manos, entonces la hechicera levantó el cáliz lo movió para que su contenido se mezclara bien y bebió de el y le dio a beber a Octavio.
-Ya tienes sangre prisiana corriendo por tu cuerpo, ya eres digno como cualquiera de sus habitantes de pelear por Prisia u ocupar un lugar en su reino.

Iris dejó que el libro se suspendiera en el aire y dijo:
-Desde hoy nuestra piel será las hojas del libro, sólo juntas el poder estará completo, si una de nosotras muere, el poder jamás podrá volver a reconstruirse, y los secretos estarán a salvo para siempre.
Entonces las hechiceras dejaron caer las capas a sus espaldas, desabrocharon los botones de sus vestidos y se abrieron de abrazos para mostrar su piel. Iris cerró los ojos y el libro comenzó a arder. Las cenizas calientes empezaron a volar por la habitación.

Ámbar tomó el aceite, lo bendijo con su varita y mojó su dedo pulgar, luego lo apoyó en la frente de Octavio mientras pronunciaba unas palabras en una lengua que él no había oído antes.
- El agua limpia, pero se evapora; el aceite penetra y su marca jamás se quita del espíritu.- En ese instante ambas manos de la hechicera estaban apoyadas en la frente de Octavio.- Por el poder que me fue concebido por mi madre, Brisa, en representación de la Orden de Ábula, yo Ámbar, protectora espiritual de Prisia, te consagro Rey.

El libro se encendió por completo y todas las cenizas se empezaron a pegar en la piel de las hechiceras, y como si fueran tinta escribían sobre ellas frases, fórmulas; dibujaban caminos, senderos, estrellas, y puntos cardinales.

La hija de Brisa volcó el ácido sobre el cuchillo:
- Tu poder será como este ácido, derretirá las armas de los enemigos y de las filas contrarias surgirán los otros hombres dignos de reinar con sabiduría y paz.
El cuchillo se derritió bajo el ácido y de él surgió uno nuevo, cuyo filo era más brillante y cortante, pero en la empuñadura, dos pequeñas espadas cruzadas estaban unidas por un lazo.

Cuando la tinta, o las cenizas acabaron su tarea. Las pieles recobraron su forma.
- Ahora sí podemos regresar a nuestras vidas… solo cuidemos de que ningún otro hechicero pueda vernos desnudas.

Las velas que rodeaban a los cuerpos de Ambar y Octavio ardieron sus últimos vestigios de vela, a lo lejos el ruido de una ciudad que despertaba fue un arrullo para ellos que se dejaron vencer por el sueño. Antes de dormirse ella ató al cuello de Octavio una bolsita con el corazón de topo disecado y celidonia: “esto será tu escudo frente a tu enemigos”.

Debajo de los dos soles, el lugar donde se levantaba el cover despareció por el viento y la arena.


Continuará...

lunes, 2 de febrero de 2009

CAPITULO 2

-Una monedita por favor que soy ciega… una monedita por favor..
-Aquí tiene señora.- Octavio puso un billete de veinte en la palma de la mano de la mujer ciega y se la cerro- Esto guárdeselo mejor en el bolsillo no lo ponga en la latita.- le sugirió, y la señora eso hizo. El miro por encima de su hombro y vio que en la otra acera estaba un hombre que creyó haber visto unas cuadras más abajo en el camino.
-Gracias mi hijito- le respondió la señora. Octavio movió la cabeza olvidándose de que ella no podía verlo e ingresó rápido por el pasillo de una vieja casa, dobló a la derecha y se internó en otro más angosto y largo. Subió las escaleras, y al llegar al primer piso observó hacia abajo para ver si lo estaban siguiendo. Entró en una de las habitaciones del fondo. La atravesó, “por suerte esta vacía”, pensó. Salió al balcón, saltó la baranda y pasó a una amplia terraza. Caminó con cuidado, se acercó a los balcones de otro edificio y pasó a uno de ello. Movió el pistillo de la ventana de vidrio y esta se abrió. Entró a un living, miró para todos lados y caminó hacia la puerta de salida. Sacó un llavero y puso una de las llaves en la cerradura y la giró, abrió la puerta y volvió a cerrarla. Descansó su frente unos segundos sobre ella.
-¿Eres tú Octavio?- preguntó una voz apagada y ronca.
-Si señor Fernández, soy yo.
-¿Trajiste mis remedios?
Octavio, sin responderle, caminó hacia la cocina. Sacó agua mineral de la heladera, un vaso de la alacena, lo llenó de agua y se dirigió hacia la habitación. Antes de llegar volvió a oír que lo llamaba.
-¡Acá estoy, y con su medicina!- exclamó al llegar al dormitorio de señor Fernández que estaba acostado en la cama.
-No te veo buen rostro hoy… ¿Te pasa algo?- le preguntó a Octavio cuando este le acercó el vaso con una pastilla.
-Sólo estoy algo cansado.
-Igual que yo. Hoy los huesos no me daban ni para estar sentado. No pude levantarme.- Octavio le acomodó la almohada después de retirarle el vaso y le encendió la televisión,le acercó la revista de cable y el control remoto. Iba a salir de la habitación cuando el hombre le habló.
-Octavio, tu mujer estuvo por aquí hace como una hora. Te buscaba, pensaba que ya habías llegado. La noté algo nerviosa, espero que no te estés mandando ninguna macana por ahí…
-No… no me estoy mandando ninguna macana.- Octavio sonrió de costado por la ocurrencia del anciano.
-Otra cosa Octavio, has visto a Luna… la llamo, la llamo y no viene..
-No la vi. La ventana estaba con el vidrio cerrado, quizá salió cuando abrí la puerta. Hasta luego señor, tengo que irme.
Octavio dejó el departamento, cruzó el pasillo y entró en otra casa.
Cuando cerró la puerta detrás de sí, Luna, una gata con el pelo negro como carbón y brillante como una estrella se frotaba a un lado y a otro de sus piernas.
-¡Así que estabas acá! - Octavio le devolvió los mimos, y los ojos de la felino destellaron iluminando las sombras en las que estaba inmerso el lugar.
Este tenía las persianas bajas, y las luces apagadas. Sin encenderlas Octavio fue hacia la habitación de la derecha. Sus ojos tardaron unos segundos en acostumbrarse a la luminiscencia de la veintena de velas que poblaban la habitación.
-Deja lo que trajiste adentro del círculo- le ordenó Ámbar.
El sacó cada cosa de la bolsa y las fue depositando despacio: un frasco de agua bendita que había tomado de la Iglesia San Benito, un frasco con ácido, un cuchillo antiguo, sal gruesa, un corazón de topo (para esto último tuvo que coimear a un vigilante del zoológico, que le informó que repentinamente habían muerto tres topos ese día), y celidonia.
Después de dejar todo, se sentó como indio a un costado de la habitación en silencio, junto a la gata que se hizo un ovillo a su lado.
La claridad del día se fue apagando en el exterior, y la noche avanzó. Ni Octavio, ni Ámbar se movieron de su posición. Ella estaba dentro de un círculo de velas negras y verdes, símbolo de la liberación y la esperanza respectivamente. Estaba desnuda, y su cabello de fuego sobre su blanca piel relucía sobre su cabeza como un dragón. Octavio había visto en varios rituales la desnudez de Ámbar, y siempre volvía a experimentar el mismo sentimiento de incomodidad. Le recordaban su extrema soledad y lo mucho que extrañaba la piel de Victoria debajo de sus dedos.
-Ya es hora- dijo la hechicera de repente.
Octavio dejó su estado. Se quito la camisa, el pantalón y la ropa interior, y pasó dentro del círculo, y se sentó frente a ella.

En una de las prisiones de Pierina, Arturo esperaba junto a Victoria, con su audición puesta más allá de las paredes de piedra. Había pedido parte de sus orejas, pero no su aguda oído de elfo. Oía las voces y los ruidos de la noche, hasta más allá de las montañas.
De repente se paró y dijo con dulzura a Victoria:
-Princesa, ya es hora.
Le besó el rostro, la ayudó a sentarse en el catre, salió de la celda, y colocó en la puerta un candado más fuerte que el que tenía. Empuñó su espada y subió las escaleras hacia la guardia de soldados enemigos.


Continuará….