martes, 16 de diciembre de 2008

CUARENTA Y SIETE

El sol despuntaba en el horizonte, aún antes que la luna se ocultara, dando comienzo al momento del día en el que toda la naturaleza parece besarse. El astro tocaba con tibieza la luna, la copa de los árboles, la cima de las montañas y el pasto en las praderas. Una suave brisa se colaba entre las hojas, llegaba hasta la tierra, levantaba un poco de polvillo que entraba en la casa de los duendes que viven en los hongos.
Las hadas de la colina salieron a bañarse de rocío, a atrapar rayitos de sol que guardaban en frascos para abrirlos cuando regresara el invierno. Y a las gotas del rocío las llenaron con magia, transformando el agua en suave embrujo que cobijaron en sus faldas. Con este precioso tesoro, llegaron hasta donde descansaban las prisianas. Sintieron el ardor de los corazones jóvenes y dejaron caer su encanto sobre la nariz de Ambar. Otras volaron hacia Arturo que estaba de camino de regreso. También cubrieron con las gotas a Victoria y Octavio. El agua empapó sus ropas y traspasó la piel hasta llegar a su sangre. Las hadas más divertidas dejaron escapar los rayos de sol atrapados y la luz solar se reflejó en el agua como una prisma formando millones de arco iris.
Como em medios de un sueño lleno de color, Ambar se halló frente a Arturo. Una hada cosquilleo sus pies, otras sempujaron a la hechicera hacia el elfo, le quitaron a él su chaqueta y sus armas, y a ella le soltaron el cabello y mojaron aún más su vestido para traslucir su carne. Victoria no necesito ningún impulso para ir por Octavio, él la vio más bella que nunca y deseo haber tenido su cámara de fotos para inmortalizar su figura, pero antes que pudiera pensar en algo más sintió la humedad de los besos de ella en sus labios, y se entregó.
Las hadas bailaron, exparcieron polvo de estrellas sobre el bosque seco, pequeños tallos verdes comenzaron a crecer de los troncos renegridos, y la tierra se pintó de pétalos de margaritas, violetas y no me olvides. Los duendes de los árboles se perdieron en la sensualidad que lo ofrecían las driadas. Los unicornios se aparearon para proteger a su especie de la extinción, las aves recogieron hojas para armar sus nidos.
Se amaron la hechiera y el elfo, la princesa y el mortal, los unicornios, los duendes, las hadas y las aves. Las flores y los arboles abrazaron sus ramas.La solitaria Merlinda se quedó junto a la orilla del rio, mirando en sus aguas el reflejo de todo un mundo mágico que se recreaba.
Después el sol fue ganando fuerza, ocupando los espacios en sombras, la luna se echó a dormir junto a los amantes cansados.
Lejos de esta magia, en los aires, un águila traspasaba las nubes nerviosa. Volaba en círculos sobre su morada y descendía hacia un balcon. En su nuevo cuarto, de su nuevo castillo, a Pierina la esperaban una media docena de sirvientas con una tina llena de dulces fragancias y sales, perfumes, sedas y peinetas de oro: empezaba el ritual de su unción como Emperatriz.

lunes, 1 de diciembre de 2008

CUARENTA Y SEIS

El fuego provocado por los soldados de Pierina se había internado en lo más profundo del bosque, arrasando con la belleza de sus árboles más ancestrales y dejando sin hogar a cientos de seres mágicos y animales que tuvieron que buscar refugio más allá de éste. Las ramas carbonizadas crujían debajo de los zapatos de Arturo, cada crujido lo sentía como un puñal que se le clavaba en la piel, como el grito de un alma herida. Cada crujido lo alejaba más del anhelo de conseguir ayuda para su causa. Pero debía intentarlo, siempre las elfas guerreras habían sido generosas con los hombres que sufrían o que injustamente caían prisioneros. Las había visto pelear al frente de ejércitos para devolverles la libertad o salvar a un equívocamente condenado a muerte exponiendo su propia vida.
Arturo caminaba lento, protegiéndose de sus propios pensamientos, y cuidando su pequeña luz de esperanza, como si fuera el fuego de una vela a punto de apagarse.
Sintió un viento a su espalda, y vio una sombra pasar a un lado suyo. Se detuvo, miró hacia atrás, hacia un costado, y al no hallar nada prosiguió. Unos pasos delante de él creyó divisar algo que se movía, y brillaba. Pero a medida que avanzaba, lo que era se alejaba hasta que dejó de percibirlo. Entonces, otra vez sintió un viento frío en su espalda, y una sombra pasar cerca suyo. Se detuvo. Se volteó, miró hacia un costado y de repente sintió caer a un lado de su cuerpo a su espada. Miró hacia el frente y apuntandole estaba Aylí, la capitana de las amazonas. De reojo comprobó que estaba rodeado por otras elfas que lo había desarmado.
-¡Arturo, aquí temina tu camino!- exclamó la capitana.
-Veo que han desarrollado aún más su capacidad de ser sigilosas- le elogió Arturo con nerviosismo.
-Aprecio tu elogio, pero creo que está fuera de lugar. Tú no has venido simplemente a visitarnos, ni siquiera a comprobar si estamos bien. Vienes a asegurarte de tener un ejército para tu princesita.
-El bosque también era mi hogar, siento el mismo dolor que ustedes por su destrucción, pero también quiero hacer algo para que esto no vuelva a ocurrir en ningún otro bosque o aldea, creo que podemos cambiar el destino de muchos hombres si peleamos junto a la única persona capaz de enfrentarse con Pierina y con Horus.
Aylí bajo su espada y la guardó en la funda que colagaba de su espalda, le pidió a Arturo que extendiera sus manos y puso en ellas las suyas, las tocó y le pidió al elfo que se las mirara, cuando Arturo lo hizo se horrorizó al verlas cubiertas de sangre. El elfo cerró los ojos.
-¡No quites tu vista de tus manos!, Míralas, míralas bien, porque así tengo yo las mías: cubiertas con la sangre de mis unicornios y de mis hermanas. Quise cerrar sus heridas, pero no pudé. Quise parar la matanza delos caballos, pero el humo me axfició y caí al suelo casi sin vida. Me rescató Daila- Aylí miró hacia su izquierda, a una elfa sumante bella que le hizo una caida de cabeza cuando oyósu nombre.- Lucero murió desangrado en mi falda- prosiguio la elfa con la voz entrecortada.- Su madre habia sido el unicornio de la mía, su madre y la mia parieron el mismo día y nos criamos juntos. Nuestras vidas surgieron para estar unidas y ahora me he quedado partida al medio; soy una guerrera de a pie.
-No puedo dercir nada- admitió Arturo- nada de lo que diga va modificar tus sentimientos. Yo tambien perdí amigos, no hoy, sino desde hace veinte años. Mi hermana elegida murió lejos mio y dije que no descansaría hasta que su muerte haya cobrado un sentido.
-Entonces, más fundamento tienen mis razones de seguirte. La guerra que quieres llevar a cabo es por una lucha tuya no nuestra.- dicho esto se volteó y se alejó seguida por las otras amazonas.
Arturo se quedó solo en medio de un fuerte olor a muerte. Aylí había soplado y extinguido la luz de su esperanza.