lunes, 2 de febrero de 2009

CAPITULO 2

-Una monedita por favor que soy ciega… una monedita por favor..
-Aquí tiene señora.- Octavio puso un billete de veinte en la palma de la mano de la mujer ciega y se la cerro- Esto guárdeselo mejor en el bolsillo no lo ponga en la latita.- le sugirió, y la señora eso hizo. El miro por encima de su hombro y vio que en la otra acera estaba un hombre que creyó haber visto unas cuadras más abajo en el camino.
-Gracias mi hijito- le respondió la señora. Octavio movió la cabeza olvidándose de que ella no podía verlo e ingresó rápido por el pasillo de una vieja casa, dobló a la derecha y se internó en otro más angosto y largo. Subió las escaleras, y al llegar al primer piso observó hacia abajo para ver si lo estaban siguiendo. Entró en una de las habitaciones del fondo. La atravesó, “por suerte esta vacía”, pensó. Salió al balcón, saltó la baranda y pasó a una amplia terraza. Caminó con cuidado, se acercó a los balcones de otro edificio y pasó a uno de ello. Movió el pistillo de la ventana de vidrio y esta se abrió. Entró a un living, miró para todos lados y caminó hacia la puerta de salida. Sacó un llavero y puso una de las llaves en la cerradura y la giró, abrió la puerta y volvió a cerrarla. Descansó su frente unos segundos sobre ella.
-¿Eres tú Octavio?- preguntó una voz apagada y ronca.
-Si señor Fernández, soy yo.
-¿Trajiste mis remedios?
Octavio, sin responderle, caminó hacia la cocina. Sacó agua mineral de la heladera, un vaso de la alacena, lo llenó de agua y se dirigió hacia la habitación. Antes de llegar volvió a oír que lo llamaba.
-¡Acá estoy, y con su medicina!- exclamó al llegar al dormitorio de señor Fernández que estaba acostado en la cama.
-No te veo buen rostro hoy… ¿Te pasa algo?- le preguntó a Octavio cuando este le acercó el vaso con una pastilla.
-Sólo estoy algo cansado.
-Igual que yo. Hoy los huesos no me daban ni para estar sentado. No pude levantarme.- Octavio le acomodó la almohada después de retirarle el vaso y le encendió la televisión,le acercó la revista de cable y el control remoto. Iba a salir de la habitación cuando el hombre le habló.
-Octavio, tu mujer estuvo por aquí hace como una hora. Te buscaba, pensaba que ya habías llegado. La noté algo nerviosa, espero que no te estés mandando ninguna macana por ahí…
-No… no me estoy mandando ninguna macana.- Octavio sonrió de costado por la ocurrencia del anciano.
-Otra cosa Octavio, has visto a Luna… la llamo, la llamo y no viene..
-No la vi. La ventana estaba con el vidrio cerrado, quizá salió cuando abrí la puerta. Hasta luego señor, tengo que irme.
Octavio dejó el departamento, cruzó el pasillo y entró en otra casa.
Cuando cerró la puerta detrás de sí, Luna, una gata con el pelo negro como carbón y brillante como una estrella se frotaba a un lado y a otro de sus piernas.
-¡Así que estabas acá! - Octavio le devolvió los mimos, y los ojos de la felino destellaron iluminando las sombras en las que estaba inmerso el lugar.
Este tenía las persianas bajas, y las luces apagadas. Sin encenderlas Octavio fue hacia la habitación de la derecha. Sus ojos tardaron unos segundos en acostumbrarse a la luminiscencia de la veintena de velas que poblaban la habitación.
-Deja lo que trajiste adentro del círculo- le ordenó Ámbar.
El sacó cada cosa de la bolsa y las fue depositando despacio: un frasco de agua bendita que había tomado de la Iglesia San Benito, un frasco con ácido, un cuchillo antiguo, sal gruesa, un corazón de topo (para esto último tuvo que coimear a un vigilante del zoológico, que le informó que repentinamente habían muerto tres topos ese día), y celidonia.
Después de dejar todo, se sentó como indio a un costado de la habitación en silencio, junto a la gata que se hizo un ovillo a su lado.
La claridad del día se fue apagando en el exterior, y la noche avanzó. Ni Octavio, ni Ámbar se movieron de su posición. Ella estaba dentro de un círculo de velas negras y verdes, símbolo de la liberación y la esperanza respectivamente. Estaba desnuda, y su cabello de fuego sobre su blanca piel relucía sobre su cabeza como un dragón. Octavio había visto en varios rituales la desnudez de Ámbar, y siempre volvía a experimentar el mismo sentimiento de incomodidad. Le recordaban su extrema soledad y lo mucho que extrañaba la piel de Victoria debajo de sus dedos.
-Ya es hora- dijo la hechicera de repente.
Octavio dejó su estado. Se quito la camisa, el pantalón y la ropa interior, y pasó dentro del círculo, y se sentó frente a ella.

En una de las prisiones de Pierina, Arturo esperaba junto a Victoria, con su audición puesta más allá de las paredes de piedra. Había pedido parte de sus orejas, pero no su aguda oído de elfo. Oía las voces y los ruidos de la noche, hasta más allá de las montañas.
De repente se paró y dijo con dulzura a Victoria:
-Princesa, ya es hora.
Le besó el rostro, la ayudó a sentarse en el catre, salió de la celda, y colocó en la puerta un candado más fuerte que el que tenía. Empuñó su espada y subió las escaleras hacia la guardia de soldados enemigos.


Continuará….

8 comentarios:

Carla dijo...

Me encanta como en medio de la oscuridad siempre hay en un tu mundo una chispa de luz.

Anónimo dijo...

Me he imprimido tu obra para leerla ahora tranquilamente en la cama. Vine a darte las gracias por haberme visitado. Es un honor que te gustase lo que escribí. Espero que esto sea el comienzo de una bonita amistad. Un beso fuerte.

Cecy dijo...

Me gusta esta segunda parte, tiene como otro misterio.

Besos

Libélula dijo...

A pleno con Cecy... esta nueva etapa tiene un no sé qué.

Lo único es que extraño tus dibujos... Espero que puedas incorporarlos de nuevo!!!

Es un PLACER leerte!!!
Besos, Libélula.

Silvina dijo...

Epa nueva historia!! Pensar que hace un año estaba llegando al blog al comienzo de otra novela...

Muchos éxitos Anita!!

Cachibache dijo...

Me entra curiosidad con el ritual...
y espero que Victoria se recupere.
Chau!
Voy a votar tambien a favor. No es que esta parte sea mejor, pero evidentemente cada vez creces más y eso se nota y complementa.
Chau!

Ana Ortiz dijo...

Saphira, gracias por ver la luz.

Alatriste, espero q la hayas disfrutado, y seguramente seguirmos acrecentando esta incipiente amistad.

Cecy, el misterio le da condimiento a la vida.

Libélula, gracias y voy a tratar de voler a dibujar.

Silvia y Cachibache, gracias x sus palabras.

Ricardo Tribin dijo...

Siempre que te leo, muy querida Ana, admiro tu narrativa.

Y esta bella historia en la que Victoria sobresale, me agrado mucho..

Un abrazo inmenso