sábado, 29 de diciembre de 2007

PLANES CRUZADOS CAPITULO 49

Brenda no estaba segura lo que significaba “todo” exactamente para Paula.
- ¿Recordaste lo que pasó la noche del sábado?
- Recordé “todo”, Brenda, “todos” los episodios que me marcaron, que me atormentaron. Se me parte la cabeza, pero debe ser el efecto de no tomar las pastillas que me dio el psicólogo. Esas pastillas me mantenían como en una burbuja, las cosas pasaban delante de mí como en cámara lenta; yo vivía y no me sentía del todo viva.
- No entiendo, pasó así de repente.
- No. Fue de a poco. Ciertos sonidos, ciertas palabras fueron en estos días disparando en mí recuerdos. Y los recuerdos vinieron cargados de los sentimientos a los que temía. Recuerdo, pero no comprendo.
- Qué cosas no comprendes.
- No comprendo por qué lo hiciste Brenda, por qué me lastimaste tanto.
- Yo, yo lastimarte… Paula, no sabes lo que decís. Yo siempre traté de protegerte.
- ¡No!, ¡Siempre quisiste tener mi vida, y te la apropiaste!
- Basta, no quiero seguir escuchándote, tengo miedo de decir algo que termine hiriéndonos a ambas.
Brenda se levanto y estaba por golpear la puerta para que le abrieran cuando Paula se abalanzó sobre ella y empujándola hacia atrás se interpuso entre ella y la puerta y le dijo:
- Vas a escucharme, ya estoy harta de que me digan que no sé lo que digo, que estoy confundida. ¡Estoy harta, harta!
- Esta bien. Sentémonos y hablemos.


El museo donde trabajaba Laura estaba levantado sobre unas antiguas construcciones. En el subsuelo, en la sala donde se guardaban las obras para ser restauradas, semanas antes, ella había descubierto una puerta que daba a un corredor que conducía hasta el sótano de la iglesia, enfrente del edificio.
Laura se había asegurado de que ambas puertas estuvieran abiertas y la forma de ser cerradas una vez que ella las hubiera usado. Por allí salió con los bolsos con el dinero y las pinturas. Atravesó la iglesia y se subió a un auto que había dejado estacionado en un garaje cercano.
Se alejó de la ciudad, como lo había hecho el día anterior y se detuvo frente al mismo bar. Bajó, entró, pidió un cortado, y monedas para el teléfono. Marcó un número, hablo, y colgó rápido, pagó y sin beber la infusión salió apresurada.

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